Progresismo: ¿Realidad o engaño?
Los políticos de izquierda lo aclaman, la farándula lo utiliza, los grandes magnates se enriquecen a su merced y las nuevas generaciones lo abrazan a ciegas. ¿Sabe usted qué es el progresismo?
Ilustración: Juan Ruiz @Jucaruiz
El término es común, codicioso y atractivo: progresismo. ¿Quién, en sus cinco sentidos, no quiere progresar o hacer parte de un “progreso” que suponga, en sí mismo, un tránsito a una mejor sociedad? Desde el más iletrado hasta el más intelectual. El pobre, el rico; el joven, el viejo; el ateo y el creyente. Todo ciudadano aspira a hacer parte de una civilización avanzada, con base en una realidad cada vez más justa.
¿Qué significa el progresismo, entonces? Muchos han relacionado la idea de «progresar» con la novedad, y como la novedad generalmente se experimenta desde la ciencia y la tecnología, es fácil creer que todo lo nuevo implica necesariamente una mejora. Como el iPhone 14 Pro Max es la versión mejorada del Iphone 13 Pro Max, así mismo las nuevas ideas, suponen siempre ser mejores que las anteriores. Bajo esta premisa nace y se desarrolla el progresismo, que utiliza la búsqueda de la libertad como medio para alcanzar la felicidad del ser humano y, por ende, de una sociedad.
¿Qué es?
El progresismo es una ideología en donde inevitablemente la humanidad siempre avanza hacia lo “mejor”. Y ese avance es indefinible y necesario, pero también ese mejoramiento implica el ser cada vez más “libre”, con un concepto determinado de libertad. Así lo define el filósofo y académico argentino Jonathan Ramos, en su libro La Metapolítica del Progresismo.
De acuerdo con esta publicación, el origen del progresismo moderno es una disputa del siglo XVII, en Francia, con respecto a los Antiguos y los Modernos. Es decir, lo que se conoce en filosofía como «la vía moderna y la vía antigua». Se entiende, por lo tanto, que lo antiguo habría que desecharlo y lo nuevo hay que aplicarlo, pues se da por sentado que la novedad significa mejora.
La filosofía del progresismo empezó hace más de cuatro siglos, pero en la actualidad esta ideología tomó fuerza en el campo político, abanderando discursos afines a la lucha por los Derechos Humanos y funcionando como motor de movimientos como el feminismo, la revolución sexual, la ideología de género, la sexodiversidad, el ecologismo y el veganismo, entre otros.
Esta ideología está basada también en una filosofía de la historia, en virtud de la cual el progreso no solo es material, sino también moral. «A mayor avance histórico, mayor avance moral”, dijo el filósofo Agustín Laje, en una entrevista en 2021 a Jonathan Ramos, sobre el origen, desarrollo y actualidad del progresismo.
El progresismo es una ideología que presupone una concepción lineal del tiempo, en donde inevitablemente la humanidad siempre avanza hacia lo “mejor”.
En la técnica, el “progreso” atado a los avances históricos al que tanto aspira el progresista, no necesariamente lleva consigo un progreso moral. Si así fuera, ¿podrían sucesos como el exterminio en los campos nazis, las guerras mundiales y la bomba atómica de Hiroshima ser hitos de «progreso» vividos en dichos momentos de la historia?
¿De dónde viene?
El progresismo abraza la idea de la filosofía moderna, en la cual no existen universales fuera de la mente, tanto subjetivamente como objetivamente. “Si Santo Tomás de Aquino dice que la inteligencia tiende a la verdad objetiva, y la voluntad es la capacidad de practicar el bien, los modernos como Guillermo de Orca van a decir que nosotros no extraemos conceptos de la realidad concreta sino que nuestras conciencias crean el concepto y, por ende, el universal”, explica el filósofo Ramos, quien también es historiador, escritor, teólogo e investigador.
“Ya el hombre no sale en busca de la verdad a través del pensamiento, sino que el hombre adecua la verdad con el pensamiento. Ya las categorías del entendimiento humano no se ajustan a la realidad, sino que la realidad debe ajustarse a las categorías del entendimiento humano. No es el individuo girando alrededor de la naturaleza sino la naturaleza alrededor del individuo”, añade este profesor argentino y autor de otros libros como Revelaciones Filosóficas, La antigüedad en poemas, Historia y concepto de la autoridad en el Cristianismo y Fundamentación de la religión Cristiana.
La verdadera libertad para el progresismo yace en la capacidad que tiene la voluntad humana de crear un orden establecido, mas no de ajustarse a dicho orden, que tiene como fuente a Dios o a la naturaleza. Para que el hombre sea realmente libre, según esta corriente, tiene que tener a su disposición la esencia de las cosas, y determinar las cosas desde su experiencia y apartado de la realidad, la cual convierte en algo meramente relativo. Esto le da al hombre la capacidad de crear la verdad y de ser el dueño del bien.
En la técnica, el “progreso” atado a los avances históricos al que tanto aspira el progresista, no necesariamente lleva consigo un progreso moral.
¿Qué implica?
La influencia del pensamiento moderno es la base de la ideología progresista. Para el moderno, las cosas son buenas en la medida en que son deseadas por el sujeto. Gracias a esto, se vuelve inevitable el divorcio entre realidad y naturaleza, que hoy en día es evidente en los movimientos sociales aliados al progresismo.
Un claro ejemplo podría ser la ideología de género, en donde el individuo intenta modificar su realidad a través de su percepción e influencia cultural. También se podría mencionar el movimiento transgénero, que promueve, por ejemplo, que lo que significa ser mujer u hombre no tiene nada que ver con la propia biología.
El transgenerismo limita el concepto de mujer (u hombre) a una estética materialista que depende, en el caso femenino, del maquillaje, la ropa, el pelo, las uñas, reflejos y/o percepciones exteriores. Es decir, lo que verdaderamente significa ser una mujer –en desarrollo o ya desarrollada–, que por definición es un “ser humano adulto femenino”, lo encapsulan en estereotipos superficiales. La identidad se vuelve tan voluble que resulta un estorbo.
La verdadera libertad para el progresismo es crear un orden establecido, mas no ajustarse a dicho orden, que tiene como fuente a Dios o a la naturaleza.
“¿Qué es una mujer? ¿Nos preguntamos por lo que significa la palabra mujer o la entidad mujer como sujeto real? ¿Definimos palabras o cosas?… Aquello que hace que Laura sea una mujer, ¿Está en Laura o es una construcción de mi mente? ”, se lee en el segundo capítulo del libro anteriormente mencionado: La Metapolítica del Progresismo.
Niños, adolescentes y jóvenes están creciendo pensando en que son o “no son” mujeres u hombres por el tipo de ropa que se ponen, la forma en la que hablan o por cómo se sienten. De ahí que si una niña decide jugar con carros en lugar de muñecas, o si decide llevar el pelo corto en lugar de largo, incluso si en verdad está pasando por un caso de disforia de género, la solución que le brinda el progresismo es someterla a bloqueadores de la pubertad y tratamiento hormonal, imponerle las mal llamadas “terapias de afirmación” y venderle costosas cirugías de cambio de género para mutilar sus genitales.
De manera violenta y afanada, el progresismo le arranca la identidad a menores de edad y jóvenes que no han culminado sus etapas de desarrollo, con el engaño de que determinar su realidad separándose de su biología, es lo que los hará “verdaderamente felices”.
En la práctica, sin embargo, esto no parece ser así. Las cifras de adolescentes que se identifican a sí mismos como transgénero van paralelamente en aumento comparado con los índices de este mismo grupo de jóvenes que sufren depresión, conductas suicidas y otros trastornos mentales.
“Los bloqueadores de la pubertad suprimen el estrógeno y la testosterona, hormonas que ayudan a desarrollar el sistema reproductivo, pero que también tienen efectos en los huesos, el cerebro y otras partes del cuerpo. Durante la pubertad, la masa ósea del cuerpo suele aumentar, lo que determina la salud de nuestros huesos de por vida. Cuando los adolescentes usan bloqueadores, el crecimiento de la densidad ósea se estanca en un promedio de los casos”, se lee en un artículo de La Nación, uno de los diarios más reconocidos de Argentina, publicado el pasado 16 de noviembre de 2022, sobre los preocupantes efectos en la salud que traen los bloqueadores de la pubertad.
Falsa libertad, falso progreso
La libertad es el verdadero progreso para el progresismo porque es la indeterminación absoluta de la voluntad. Y si esto es así, cualquier determinación moral, teológica, política o natural es algo que a la voluntad le quita libertad. Si el hombre puede llegar a ser verdaderamente libre, entonces no tiene que tener restricciones. Todo lo que desee es todo lo bueno, y todo lo bueno se convierte en su verdad y así mismo debe ser para todos quienes lo rodean.
“La voluntad se hace lícita simplemente por el hecho de querer, mientras no le haga daño a terceros. El problema es que ese daño no puede ser evaluado objetivamente porque la filosofía moderna es subjetiva”, agrega el profesor Ramos en su conversación con Laje.
De manera violenta y afanada, el progresismo le arranca la identidad a menores de edad y jóvenes que no han culminado sus etapas de desarrollo
El progresista piensa que siempre se puede ser más libre sin importar que su libertad sea, paradójicamente, su propia atadura: el socialista que mendiga pan, la feminista que odia a los hombres pero se esfuerza por parecer uno, o el adolescente confundido que termina esterilizado en un grito de auxilio a sus padres.
Además, para el progresista, el Estado tiene la responsabilidad de ayudarlo a tener todos los elementos necesarios para poder realizarse, en el marco del deseo único de su voluntad y la emancipación de todo aquello que lo restrinja. El político progresista no solo entiende esto sino que lo utiliza a su favor. Rechazar la autoridad de cualquier influencia externa, transformar drásticamente la tradición de una sociedad y eliminar cualquier tipo de discernimiento pre teórico es lo que hace de un pueblo un huérfano.
Menciona Ramos que Aristóteles enseñaba que la ética siempre termina en política, por lo que no se puede tener un pensamiento político al margen de la ética. La ética y la política son, en el fondo, una misma realidad. La izquierda, actualmente la mayor abanderada del progresismo, nace de esa ruptura. “¿Cómo vencer a la izquierda? Metiendo la ética en la política otra vez».
El progresismo crea un sujeto sin identidad para tener control sobre él. Un sujeto sin determinación religiosa, cultural, biológica, histórica y nacional. Un sujeto débil y fácil de manipular. Un sujeto que se mueve por emociones y no ejercita la razón.
El progresismo no parece buscar el progreso sino el retroceso. Da la impresión de ser una ideología medieval con filtro de novedad que miles de millones de pupilos en redes siguen y aclaman sin cuestionar. Funciona por imposición y vuelve a las sociedades no libres y esclavas de un poder superior: Big pharma, Big data, organismos internacionales, fundaciones y oenegés cuyos dueños forman parte de una élite multimillonaria que financia todos estos movimientos sociales, políticos y culturales con agendas predeterminadas.
La verdadera rebeldía en el siglo XXI no es ser progre sino pelear por la verdad que quieren censurar. Encontrar el puesto del hombre en el cosmos y el puesto de la razón en el cosmos, concluye Ramos, es como ganamos esta batalla cultural.