Opinión | Minería en el mundo: ¿En verdad no?
A pesar de que la minería le ha dado tanto a la humanidad, esta actividad productiva ha sido satanizada a tal punto que comunidades enteras prefieren dormir con oro enterrado a kilómetros que tener acceso a las tres comidas diarias.
Ilustración: Juan Ruiz @Jucaruiz
Antes de cualquier cosa, quiero dejar claro que el objetivo de este artículo no es quitarle responsabilidad a los sucesos graves que se han cometido alrededor del sector minero: accidentes ambientales muy difíciles de recuperar y cuyos impactos seguimos sintiendo, participación en crímenes internacionales y nacionales que al día de hoy no se han esclarecido, y abusos de poder que han ido en contra de mejorar las condiciones de vida de los habitantes en donde operan. A pesar de no ser este el espacio para ahondar en esto que ha ocurrido, la causa de todos estos hechos no ha sido la actividad per se; sino otro factor común: decisiones de personas que van en contravía del propósito de la actividad tales como financiar a grupos armados.
Para empezar, es importante recordar cuándo empezó todo. Es decir, qué llevó a la humanidad a empezar a buscar materiales para satisfacer sus necesidades y cómo ha sido la evolución de estos. Las preguntas nos llevarían, en una especie de clase escolar, a diferentes periodos que han acompañado al hombre a lo largo de los años, específicamente en la prehistoria, en lo que se conoce como Edades Piedra y Bronce. En estas dos edades se observó la modificación de materiales del subsuelo para satisfacer las necesidades de las personas: desde la caza hasta la vivienda. Ahora bien, al pensar en cómo han evolucionado dichos materiales, es importante decir que hoy somos absolutamente dependientes de lo que nos provee el subsuelo y que, sin la minería, un sinnúmero de cosas sobre las que se conocen actualmente no podrían ser realidad.
La minería está presente en todo lo que hacemos: imaginarse hoy una actividad o un bien en el que su cadena de producción no haya involucrado algo de minería es absolutamente imposible, y si usted está leyendo este artículo, debe saber que está siendo un consumidor elevado de minería. Hay quienes, a leer esto, pensarían rápidamente en la agricultura como excepción a esta regla. A ustedes les recomiendo reflexionar sobre cómo preparan la tierra antes de la siembra de alimentos y a preguntarse cómo estos productos, desde que salen de la tierra hasta que llegan a su mesa, utilizan un medio de comunicación y herramientas hechas de materiales mineros, como las carrozas o los aviones. Solo por mencionar otros ejemplos, un computador portátil promedio está compuesto por 49% minerales, 23% plástico y 25% vidrio. Los minerales son, en la mayoría de los casos, plomo, aluminio, hierro, cobre, níquel y oro. En el caso de los vehículos, la lista es mucho más larga aunque, si se trata de un vehículo eléctrico, los minerales requeridos aumentan de forma exponencial.
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A pesar de que lo anterior sería suficiente razón para defender la minería, no es la razón por la cual cuestiono si en verdad le diremos que no a la minería (seguridad alimentaria y movilidad son necesidades básicas). Lo que cuestiono es si vamos a decirle que no a la minería como motor de transformación de un sector de mejora de capacidades sociales y económicas de los habitantes de las regiones donde operan, así como de mejoras notables en la recuperación ambiental en las etapas de los cierres mineros. La minería moderna transforma las capacidades de los territorios, apoyándose en los ciudadanos que allí habitan, ya que esta empieza a desencadenar la economía de la región.
En palabras un poco más sencillas, la minería necesita personal que conozca la zona y trabaje en el proyecto, y estas personas requieren comida, hospedaje y vestimenta especial que las compañías procuran comprar en el casco urbano más cercano. Los vendedores de estos bienes y servicios son proveedores quienes, a través del tiempo, potencializan la mina no solo para satisfacer sus propias necesidades, sino para potencializar las capacidades de muchos otros proveedores que van surgiendo. Ocurre con negocios, restaurantes, hoteles y tiendas de la región, que empiezan a ofrecer un mejor servicio, lo que mueve positivamente la economía de los territorios, más que cualquier otra actividad.
Ahora, ¿Por qué, si una empresa minera deja tanto dinero en los países donde opera (en el caso de Colombia, cerca del 65% de la inversión se va en diferentes tipos de impuestos), las regiones y algunos países no ven el desarrollo? ¿Qué pasa con el dinero de los impuestos de estas compañías? ¿Dónde están las mejoras de las capacidades regionales para la preparación cuando se acabe la explotación? Estas preguntas deben ser respondidas por los Gobiernos, no por las compañías. Sin embargo, son las empresas quienes han asumido un papel social mucho más activo que no necesariamente les corresponde, con el fin de que se sienta el impacto positivo (más allá del pago de impuestos). Este papel social mas activo ha significado compromisos en materia de generación de empleo bien pago en los territorios, siembras voluntarias por fuera de los compromisos ambientales con el gobierno e inversión en mejora de capacidad de los proveedores de los territorios.
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La minería legal hoy trae desarrollo social, ambiental y económico a las comunidades donde opera. En el sector es común escuchar hablar de la licencia social para funcionar y es algo que los inversionistas analizan muy de cerca: en la minería formal, las comunidades hoy son el centro de la ecuación y no un actor más. Por lo anterior, los nuevos proyectos mineros y algunos que ya se encuentran en funcionamiento, piensan en el ciudadano y en cómo mejorarán para este sus capacidades y oportunidades.
Pocas empresas de otros sectores entienden el ciudadano como centro del proyecto aunque, posiblemente por el impacto reputacional, el sector minero se ha convertido en líder de la defensa de los ecosistemas y del agua. Es fácil observar cómo las áreas ambientales y sociales de las compañías tienen ahora la misma importancia, en materia de toma de decisiones y de inversión, que las de ingeniería minera. Muchos se podrían impresionar sobre lo que ocurre, por ejemplo, en la Guajira (Colombia), frente a la conservación de ecosistemas y especies asociadas. Esta, por supuesto, es una realidad que los denominados «defensores a ultranza del medio ambiente» colombiano no quieren que el mundo se entere.
Por otra parte, al ser el ciudadano el centro de muchas compañías mineras, en varios territorios se ha repensado el rol de los mecanismos de control social: de herramientas de mera obstrucción (cómo sacamos a una compañía de este territorio) a herramientas de creación de valor (cómo puedo maximizar los beneficios para el territorio). Estas veedurías son garantía de que los compromisos se cumplan; pero permitiendo acciones, hacen seguimiento constante desde el territorio a que las compañías cumplan su palabra y tienen contacto permanente con las autoridades para alertar de cualquier incumplimiento. Todo esto no lo hacen desde las falacias y los mitos, sino desde la realidad del día a día en los territorios. Por todo lo anterior, las compañías no deben temerles a las sanas veedurías sino, por el contrario, incentivarlas porque en la transparencia está la credibilidad. Además de ello, el Estado debe garantizar que las veedurías tengan no solo derechos sino también deberes y que la credibilidad de la información sea requerimiento para todas las partes.
Esta es la invitación de mi primera participación en este espacio, y es el enfoque que le daré a las próximas: que pidamos la presencia de compañías en los territorios, que la única manera de repartir es teniendo, que pidamos derechos sabiendo que estos traen consigo responsabilidades, y que acabemos la dicotomía de la minería o el medioambiente y creemos el beneficio mutuo entre ambas. Soy un defensor de que la humanidad no tiene que pasar hambre teniendo la riqueza en el subsuelo.
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Finalmente, no puedo cerrar sin dejar abiertas unas preguntas que me acompañan cada vez que pienso en el sector minero: ¿Por qué se ataca a la minería como si fuera un sector ilegal? ¿Cómo hacen estos grupos que atacan a la minería para ser tan organizados, sincronizados y actuar de manera repetida en territorios tan diferentes? ¿Por qué dichos grupos se oponen a que se hagan estudios de afectación ambiental? ¿Cómo se financian las protestas que duran semanas plantadas a las afueras de proyectos y minas? ¿Por qué las “verdades” sin contexto son la forma en la que generan credibilidad?
Todos estos interrogantes me llevan a seguir defendiendo los resultados de la ciencia y no de los mitos, porque con estos empobrecen sociedades y mantienen enceguecidos a quienes serían los mayores beneficiados de proyectos serios que generen desarrollos en los territorios, es decir, los ciudadanos más necesitados.