Suicidio asistido para enfermos mentales: ¿Qué hay detrás?
Lo que empezó como una aparente solución para enfermos terminales, ahora permite que pacientes psiquiátricos y menores de edad sean sacrificados en nombre de la dignidad.
Ilustración: Juan Ruiz @Jucaruiz
Lily, una joven francesa de 23 años, recientemente anunció en sus redes sociales que su vida terminaría en el último trimestre de 2023. Como quien pone una etiqueta con fecha de vencimiento, Lily ha decidido el día de su muerte, después de solicitar en Bélgica lo que actualmente se conoce como un ‘suicidio asistido’.
Según sus mismas declaraciones, la razón que la llevó a tomar esta decisión fue la patología mental que sufre: trastorno de identidad disociativo (TID), caracterizado por la existencia de dos o más identidades en una persona, y trastorno de atención (TDAH).
Lily, a quien también se le conoce como ‘Olympe’, también habla abiertamente en sus videos sobre los abusos, la violencia, el acoso escolar y el abandono que sufrió durante su infancia. A través de su canal de Youtube, Le Journal d’Olympe (El diario de Olympe), Lily dio la noticia el pasado mes de enero:
“Como todo ser humano tengo mis límites y esos límites han sido llevados durante años hasta el extremo. No puedo pasar por más pruebas. He recibido mensajes de personas que me dicen que menudo ejemplo doy a los jóvenes, pero no puedo vivir para los demás y hacer las cosas en función de los demás…Es mi vida y es una decisión difícil que he tenido que tomar”, dijo en sus redes sociales.
La decisión de Lily no es algo nuevo. En países europeos como Bélgica, la muerte asistida lleva más de 20 años funcionando dentro del marco legal, el cual ha permitido que incluso menores de edad puedan solicitarla.
Bélgica, que ya ha realizado más de 27.000 procedimientos desde su legalización, fue uno de los primeros países en regular la muerte asistida junto con Suiza y Países Bajos (que la aprobaron entre 2001 y 2002 respectivamente).
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Aurelia Brouwers, una mujer holandesa de 29 años, fue otra joven que acudió al Estado para darle fin a sus días. En el 2018, Brouwers bebió un veneno suministrado por un médico y se acostó en un sueño eterno. «He elegido someterme voluntariamente a la eutanasia porque tengo muchos problemas de salud mental. Sufro de forma insoportable y no tengo esperanza. Cada aliento que tomo es tortura», dijo Aurelia antes de morir.
Aurelia Brouwers, al igual que Lily, tampoco era una paciente terminal. Sufría de trastorno de apego, depresión crónica y tendencias suicidas crónicas. También fue diagnosticada con ansiedad y psicosis.
Más allá de la mera voluntad de morir
La eutanasia se define como “el acto deliberado de poner fin a la vida, a petición propia o de algún familiar”, según la Asociación Médica Mundial (AMM), que en 2019 aseguró que dicha práctica debía ser condenada por la profesión médica.
En la eutanasia, es el médico quien causa la muerte de la persona, por solicitud individual o consentida. En el suicidio asistido, el profesional de la salud presta una ayuda o asistencia para que la persona sea quien cause su muerte. Al final, ambas cumplen la misma función: acelerar la muerte de un individuo “que cumpla con los requisitos legales para tal procedimiento”.
En el caso de Holanda, por ejemplo, la eutanasia se permite siempre y cuando un médico esté de acuerdo con que el sufrimiento de un paciente sea «insoportable sin perspectivas de mejora» y «si no hay alternativa razonable en la situación del enfermo».
La solución aparentemente empática frente al sufrimiento humano va mucho más allá de la mera voluntad de morir de una persona, en razón del dolor físico, emocional, mental, discapacidad y/o diagnósticos crónicos. El aumento de casos de jóvenes con patologías psiquiátricas a las que se les concede ayuda legal para morir, abren de nuevo el debate: ¿Qué tan digno es acelerar la muerte para el que sufre?
«En Bélgica la muerte asistida lleva más de 20 años dentro del marco legal, el cual ha permitido que incluso menores de edad puedan solicitarla«.
De acuerdo con el Observatorio Internacional de la Dignidad (OID), la voluntad explícita o real de una persona de morir, suele suceder en medio de una circunstancia que puede mejorarse. Julieta Duarte, una de sus voceras, asegura que hay estudios que demuestran que pacientes con cuadros clínicos depresivos en Holanda, por ejemplo, suelen dejar de desear morir al recibir el tratamiento y los cuidados adecuados para su enfermedad.
“Entre las razones por las cuales las personas piden la eutanasia, generalmente está la perdida de dignidad por considerarse una carga para su familia y la falta adecuada del control de dolor y control de los síntomas”, dijo en una entrevista que le concedió en 2021 a la Fundación Nazer (Colombia).
Sin embargo, Duarte señala que la dignidad es algo que no es renunciable y que, asumir que alguien es digno o no digno de vivir por el tipo de sufrimiento que padece, es promover lo que ellos denominan como “la política del descarte”.
Efrén Salgado, un docente colombiano diagnosticado con Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) en 2016, consideró la eutanasia como su unica opción, ante un pronóstico crítico: promedio de vida de cinco años, debilidad, atrofia muscular e incapacidad para hablar. Sin embargo, su deseo cambió radicalmente cuando pudo acceder a una atención adecuada desde su hogar y con el acompañamiento de su familia.
¿Una decisión libre?
La autonomía y consciencia de las personas que solicitan una eutanasia o un suicidio asistido, han sido cuestionados en razón de verse posiblemente coaccionadas por su enfermedad y la precariedad de la atención médica y familiar. Desde la Sociedad Española de Cuidados Paliativos, la eutanasia es considerada como un riesgo para los más débiles.
“Los pacientes mas débiles o en las peores circunstancias, serían los más presionados a solicitar la eutanasia. Paradójicamente, una ley que se habría defendido para promover la autonomía de las personas, se convertiría en una sutil pero eficaz arma de coacción social”, dice esta sociedad de médicos en un informe de 2017 de la Defensoría del Pueblo de Andalucía, en España.
Establecer una norma pública permisiva para dicho dicho procedimiento, de acuerdo con estos expertos, “podría suponer trasladar un mensaje social a los pacientes más graves e incapacitados, que se pueden ver presionados, aunque sea silenciosa e indirectamente, a solicitar un final más rápido”.
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Shanti De Corte, otra mujer de 23 años sobreviviente del atentado yihadista de Bruselas de 2016 y con problemas psiquiátricos, fue eutanasiada el año pasado en Bélgica. Ante el complicado cuadro que presentaba la joven, un equipo de terapeutas le ofreció ayuda antes de recibir luz verde para su eutanasia, pero la oferta fue rechazada por su psiquiatra.
“Me informaron que Shanti sufrió un trauma complejo y que la única solución que se le ha ofrecido hasta la fecha es la aceptación de su solicitud de eutanasia. Sin cuestionar obviamente esta solución a priori, mi experiencia en victimología me genera algunas preguntas. Es por eso que me gustaría conocer a Shanti, si está de acuerdo, cuando venga a Ostende, la semana del próximo 25 de abril”, se lee en la carta de una de las terapeutas.
Dos semanas después del ofrecimiento, la joven fue sacrificada por ser considerada por otros profesionales como “un caso incurable”. “No había nada que perder aceptando la oferta de atención propuesta por el equipo terapéutico de Ostende”, cuestionó el neurólogo Paul Deltenre, del hospital CHU Brugmann, al medio belga RTBF.
Una caja de pandora
En el caso Belga, la eutanasia comenzó como una aparente solución hacia enfermos terminales bajo causales “estrictas”, pero se ha extendido hacia jóvenes con afecciones psiquiátricas, menores de edad, niños sin requisitos de edad, personas con discapacidad y prácticamente cualquiera que se considere una “carga inútil” para sus familias y para la sociedad en general.
“A lo largo de los años en Bélgica, hemos visto a demasiadas personas terminar con sus vidas en lugar de recibir la atención y el apoyo que necesitan para vivir. En un caso muy conmovedor, el único hasta ahora que se ha presentado ante un tribunal penal, la vida de una mujer de 38 años diagnosticada con autismo, Tine Nys, terminó trágicamente por la eutanasia, a causa de sus problemas de salud mental. Sin duda, estos grupos vulnerables merecen una mejor atención y apoyo para vivir”, denunció Van De Walle, asesor legal de la organización ADF International en Bruselas, para el medio Región en Libertad.
«La dignidad no es renunciable y asumir que alguien es digno o no digno de vivir por el tipo de sufrimiento que padece, es promover la política del descarte«.
Julieta Duarte, del Observatorio Internacional de la Dignidad (OIT)
Pero Bélgica no es la excepción sino el modus operandi de una política de descarte a la que no es fácil satisfacer. Diferentes países en el mundo en donde ya se ha legalizado la eutanasia, proceden a despenalizar el suicidio médicamente asistido (SMA) como es el caso de Colombia, que en 2022 se convirtió en el primer país de América Latina en regular esta práctica para personas con enfermedades graves o incurables.
Al poco tiempo de la noticia, la Cámara de Representantes colombiana presentó un proyecto de ley para dejar que menores de edad a partir de los seis años accedieran a la eutanasia. “No es necesario ni será exigible acreditar la existencia de enfermedad terminal ni pronóstico médico de muerte próxima”, se leía en el documento presentado al Congreso de Colombia, que aunque fue aprobado por la Comisión Primera de la Cámara de Representantes, 50 parlamentarios pidieron archivarla.
Así mismo pasó en Canadá, donde luego de tres años de la eutanasia ser legal, el número de víctimas se duplicó. En Holanda ya se propuso la muerte a mayores de 75 años sanos “que lo pidan” y a menores de 12 años terminales aunque no lo pidan, si lo hace un adulto en su lugar.
¿Muerte digna o negocio?
El fulgor de la «muerte digna» que empezó en países bajos en 2002 y se ha extendido también por Luxemburgo, Canadá, España, Nueva Zelanda, Portugal, Suiza y Chile, ha sido catalogado como un negocio sanitario oculto en el debate eugenésico: reducción de gastos médicos para el Estado y las compañías aseguradoras, ahorro de pago de pensiones y participación de intermediarios privados que cobran altos precios por ponerle fin a la vida del que sufre.
Gustavo Quintana, médico colombiano que practicó más de 400 eutanasias en Colombia, reveló que una eutanasia puede llegar a costar hasta $4.000.000 COP, en adición a lo que le pagan al medico por sus servicios.
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Los argumentos que se presentan en la legalización de otras estrategias de control poblacional como el aborto, son curiosamente semejantes a los que utilizan quienes están detrás de la eutanasia y el suicidio asistido. Así se evidencia, por ejemplo, con la firma de abogados DescLAb, responsable de presentar la demanda que llevó a la Corte Constitucional de Colombia a despenalizar el suicidio asistido.
“A pesar de que el procedimiento está cubierto en el plan de beneficios en salud (PBS) y es gratuito, muchas personas, profesionales y entidades continúan desarrollando e intermediando este procedimiento de manera privada”, señalan en un informe.
Tanto DescLab como otras organizaciones como la Fundación Pro Derecho a Morir Dignamente (DMD) en Colombia, son miembros activos de la Federación Mundial de Sociedades por el Derecho a Morir (World Federation of Right to Die Societies WFRtDS) que agrupa a más de 57 organizaciones de 28 países.
¿Qué provecho obtiene el ‘lobby’ a favor de la muerte deliberada para el que sufre, al alinearse estrechamente con los establecimientos y el Estado? En países como Canadá, según un informe del Oficial de Presupuesto Parlamentario (PBO), los costos de atención médica se han reducido en C$86,9 millones desde que se legalizó la muerte asistida el 17 de junio de 2016.
Según el PBO, los costes sanitarios para cuidar de los pacientes en los últimos momentos de su vida son «desproporcionadamente altos». “Estos pacientes representan solo el 1% de la población, pero del 10 al 20% de los costes sanitarios totales”, revelan en el documento oficial.
Igualmente sucede en el sistema de salud holandés, considerado como uno de los mejores de Europa. Actualmente, el 90% está en manos de cuatro compañías aseguradoras, que priman a los médicos por gastar poco.
Cuidados paliativos, la piedra en el zapato
Lo anterior trae un problema mayor: los cuidados paliativos dejan de ser prioridad para los gobiernos. “Ellos sólo desean y esperan de nosotros un debate asistencial. Los profesionales sanitarios, que cuidamos a los enfermos que sufren, creemos que los progresos de la Medicina Paliativa han provocado el ocaso de la noción de eutanasia como liberación del dolor insufrible”, manifestó el Dr. Jacinto Batiz, Jefe de la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital San Juan de Dios en Santurce (España).
Los cuidados paliativos son una alternativa especial en el cuidado de las personas que tienen enfermedades graves. Están enfocados en ofrecer calidad de vida al paciente y atender sus necesidades físicas y emocionales, de manera que su dolor sea reducido a lo más mínimo y no se sienta desamparado o abandonado.
De ahí que varios médicos y organizaciones como el Panel de Expertos para el Alivio del Dolor y Cuidados Paliativos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), han expresado que antes de considerar la muerte deliberada para cualquier enfermo, debe ser requisito necesario que previamente a su práctica el paciente haya recibido cuidados paliativos y estos se hayan mostrado insuficientes.
“No nos suelen pedir que le practiquemos la eutanasia si conseguimos evitar su sufrimiento. Al menos eso es lo que me ha pasado a mí, a lo largo de 24 años acompañando a los enfermos durante su proceso”, agregó el Dr. Batiz.
No obstante, el ofrecimiento de la eutanasia y/o suicidio asistido sin impulsar primeramente cuidados paliativos tiene una gran contradicción: Un informe de la Asociación Médica Americana en 2018 reveló que a través de la medicina paliativa, los hospitales ahorran un promedio de 3,237 dólares por paciente (casi 2,700 euros al cambio actual).
Según este estudio, el cuidado paliativo se asoció con un ahorro de costes por estancia en el hospital de 4,251 dólares (3,542 euros) por paciente con cáncer y 2,105 dólares (1,754 euros) para aquellos con diagnósticos distintos de cáncer. “Los equipos de consulta de cuidados paliativos hospitalarios se asocian con un importante ahorro de costes hospitalarios”, se lee en las conclusiones del informe médico.
Entonces, si los cuidados paliativos están científicamente asociados con un ahorro de costes hospitalarios, ¿por qué la eutanasia y el suicidio asistido se presentan como la única solución para morir con dignidad? ¿Quizás porque el coste de los cuidados paliativos, pese a ser menores, parecen no satisfacer la reducción radical de gastos sanitarios que los Estados desean tener? ¿O tal vez es que en realidad interfieren en el negocio de la muerte deliberada y, para colmo, tampoco se alinean con la agenda progresista que ha encontrado en el control poblacional una estrategia dependiente de voluntad política?
Lo que hay detrás
En todos los proyectos de legalización de la eutanasia y suicidio asistido, se puede ver de fondo una relación con el movimiento eugenésico, una ideología que parte de la idea de que una sociedad puede mejorarse mediante la planificación de rasgos deseables.
Aunque la eugenesia comenzó con medidas de control de reproducción de la mano de personajes como Margaret Sanger, la fundadora de Planned Parenthood, la red de clínicas abortistas más grande del mundo, el concepto de “una vida indigna de ser vivida” se ha extendido hacia la eliminación de enfermos mentales como Lily, Aurelia y Shanti de Corte.
“Esta idea suele ser puesta en relación directa con la eutanasia tal y como se practicó en la Alemania nacionalsocialista, de modo que ha sido estudiada ampliamente en el contexto de los asesinatos masivos de discapacitados perpetrados durante el Tercer Reich”, explican desde el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias en México con el estudio Eugenesia y eutanasia: la vida indigna de ser vivida.
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La supuesta incompatibilidad de las enfermedades con la dignidad humana, ha puesto al sufrimiento como un obstáculo de vida que se resuelve con la muerte. La política eutanásica mundial es, en últimas, una política eugenésica que categoriza a todo aquel que sufre como una persona improductiva para la sociedad. La diferencia es que, al día de hoy, son sacrificadas en nombre de la dignidad.
“La manipulación del lenguaje es clave. Si hoy se habla de muerte digna para matar a una persona de forma deliberada no es coincidencia. Grupos que se relacionan con el aborto hacen lo mismo, utilizar palabras con connotación positiva y romantizar el homicidio para que termine siendo aceptado. Una de las prácticas de la eugenesia también es el aborto porque ambas vienen de la misma raíz: higiene racial y carga financiera para el Estado”, dijo Julieta Duarte, del Observatorio Internacional de la Dignidad(OID).
Basta con estar vivo para ser digno
Una vida digna, de acuerdo con las Naciones Unidas, “es el derecho a trabajar en unas condiciones justas y favorables, el derecho a la protección social, a un nivel de vida adecuado y al disfrute del más alto nivel posible de salud física y mental, el derecho a la educación y a gozar de los beneficios derivados de la libertad”.
¿Qué pasa, entonces, con los pobres, los desempleados, los desprotegidos, los abusados, enfermos o privados de la educación y la libertad? El derecho a la vida es para todo ser humano un derecho fundamental, y su sufrimiento (mental o físico), condición social, económica o educativa no está condicionado a su dignidad. La dignidad no se construye, ni se gana, ni se pierde bajo ninguna circunstancia. Basta con estar vivo para ser digno, y para serlo hasta el último suspiro.
“Es responsabilidad de los médicos entender sus anhelos, creencias o preocupaciones, y explicar con claridad la situación única que están viviendo, las opciones de manejo y tratamiento, así como hacerles conocer las consecuencias posibles del camino que elijan”, plantea Juan Pablo Beca, un neonatólogo y especialista en bioética en Chile.
En su libro «Derecho a morir: un debate actual», el médico menciona que “sucede con alguna frecuencia que una vez mejorado el cuidado con analgesia, medicación antidepresiva y apoyo emocional y espiritual, los enfermos dejan de pedir su muerte”.