La batalla que damos: por la cultura y en su rescate
Las luchas ya no se ganan con misiles, como en tiempos de guerra. El control se adquiere (o se resiste) creando y transformando la cultura.
Ilustración: Juan Ruiz @Jucaruiz
Desde hace aproximadamente seis décadas las izquierdas acogieron la cultura como centro del conflicto político. En 1968, con la toma de la Universidad de Nanterre (Francia) y el nacimiento del ‘Movimiento 22 de Marzo’, sus rebeliones empezaron a ser proyectadas a través de la imagen y el dominio cultural fue su combustible.
La revolución de proletarios queriendo ser burgueses y burgueses queriendo ser proletarios se convirtió en divertidas puestas en escena. La política y la publicidad se confundieron fácilmente y los discursos y militancias resultaron en entretenimiento fabricado. Las luchas de clases dejaron sus motivaciones político-económicas para pasar a buscar su identidad en revueltas culturales protagonizadas por estudiantes en universidades y, además, a ser dirigidas por escritores y periodistas. La cultura pasó a ser un medio de poder. Todo lo cultural se volvió político.
Así describe estos acontecimientos en la historia el filósofo y escritor argentino Agustín Laje, en su nuevo libro llamado La Batalla Cultural, los cuales sirven para entender cómo la cultura ya viene siendo utilizada desde hace un buen tiempo como arma política para manejar masas.
“El 68 abandona los grandes relatos y lleva la política a la intimidad, disolviendo la frontera que separa lo público de lo privado: la sexualidad se vuelve materia política, la relación con el padre se plantea como foco de una contradicción, el feminismo se expresa en una nueva ‘ola’. Se trata de una protesta radical contra toda jerarquía, contra todo principio de autoridad y contra toda tradición heredada”, escribe con contundencia Laje.
¿Qué es?
El término ‘batalla cultural’ es relativamente nuevo y apunta a la resistencia, creación, y/o promoción de cambios culturales drásticos que afectan el comportamiento de una sociedad. Dichos cambios provocados en la cultura y desde la cultura de una civilización, es decir, en sus costumbres, valores, tradiciones, normas, lenguajes e ideologías, suponen un peligro inminente en la constitución misma de una sociedad, pues los conflictos que generan son de tal magnitud que se crea la necesidad de dar una ‘batalla’.
“Dentro de la palabra cultura hay una tensión entre un polo estructurado y uno estructurante, en otras palabras, entre un polo creativo y otro condicionante. Esto significa que la cultura es creación humana, pero al mismo tiempo crea al ser humano. Cuando la sociedad comprende esto, se abre la perspectiva de una ‘batalla cultural’ porque una persona se da cuenta de que puede crear algo que llama cultura, pero que a su vez define aspectos relevantes de la vida de las personas”, añade Agustín en su nuevo documental, basado en su más reciente libro La Batalla Cultural.
De acuerdo con este experto, uno de estos cambios que emergen con una visión radicalmente distinta y que amenazan con poner en riesgo las diferentes instituciones de una sociedad, son los cambios culturales en la percepción y creación de, por ejemplo, la familia. Esta institución ha sido considerada, desde el inicio de la humanidad, como el pilar fundamental de una sociedad y el entorno en donde cualquier ser humano se desarrolla para poder hacer parte activa y valiosa de esta.
El término ‘batalla cultural’ es relativamente nuevo y apunta a la resistencia, creación, y/o promoción de cambios culturales drásticos que afectan el comportamiento de una sociedad
“El conflicto que se desencadena cuando aparece con fuerza la idea de que la familia ya no debe integrarse por un hombre, una mujer y sus hijos (pues sólo un hombre y una mujer pueden reproducirse biológicamente) sino por dos hombres, dos mujeres, o lo que a cualquiera se le ocurra que puede ser una familia, cuestiona las mismas bases de la institución en cuestión, en sus funciones reproductivas en este caso”, explica este filósofo.
En palabras más sencillas, cuando sufrimos cambios culturales que no solo afectan comportamientos y tradiciones en razón de avances acelerados en la economía, la ciencia, la comunicación y la tecnología, sino que transforman por completo las condiciones sociales de nuestra vida, el conflicto que crean estas alteraciones desestabiliza los fundamentos del colectivo en el que vivimos.
Siguiendo con el caso de la familia, compuesta por una pareja heterosexual y sus hijos, aparecen los choques culturales generados por la forma en la que interactúan sus miembros en esta época posmoderna. Y, seguramente, están muy alejados de los conflictos culturales que tenía una familia compuesta de la misma manera en el siglo pasado. Sin embargo, se mantenía la estructura sobre la que se aseguraba una descendencia.
Si la familia es redefinida por entero y esta redefinición es fomentada, promovida e impulsada –como está sucediendo– a través de cambios del lenguaje, ideologías y costumbres (cultura), pero a su vez proyectados en televisión, discursos, películas, arte, libros, música y redes sociales (medios culturales), su mismo significado, propósito y composición se vuelve borroso. Todo y nada puede ser una familia, así como todo y nada puede ser una mujer, un hombre, un niño o incluso un matrimonio, entre muchas otras cosas.
El lenguaje relativo posmoderno cobija cualquier tipo de ideología y pensamiento a pesar de que este resulte peligroso para el mismo desarrollo, conservación y progreso de una civilización. Por eso las batallas ya no se ganan con misiles como en tiempos de guerra, sino que el control se adquiere (o se resiste) creando y transformando la cultura, que a su vez afecta el pensamiento y, por ende, el comportamiento del ser humano.
“Al modificar los componentes de una cultura se modifican las gafas con las que nosotros miramos la realidad. Nosotros no miramos la realidad sin estar enmarcados culturalmente. Si modifico esos elementos yo puedo impactar sobre la vida de las personas, sobre sus decisiones y sobre su conducta. Por eso la cultura se muestra en la modernidad como un factor de poder”, dice Agustín Laje en su documental “Querida Resistencia”.
¿Cómo dar la batalla?
En su sentido más figurado, una ‘batalla cultural’ es una «batalla» porque necesita de una lucha activa y estratégica para enfrentar dichos cambios culturales mencionados, y ese combate se debe llevar a cabo sobre la dimensión de la misma cultura.
Pongamos otro ejemplo. Si se impusiera una agenda de reducción de población mundial –como de hecho pasó en la década de los setenta– resultaría más efectivo, astuto y beneficioso crear, implementar y normalizar estrategias culturales para que las personas no se reproduzcan. Y si se reproducen, que el ser humano que resulta de dicha reproducción no tenga ni siquiera la posibilidad de nacer y que, además, esto genere la sensación de ser completamente normal (normalizar).
Es justo allí en donde reposa el “éxito” cultural del aborto. A través de un cambio de lenguaje se normaliza su práctica: “derecho sexual femenino; derecho a decidir sobre tu cuerpo; derechos reproductivos”. Después, dicho lenguaje debe ser bombardeado por medios culturales para que finalmente pueda ser normalizado, aceptado y replicado. Este cambio, desde la cultura misma, ha redefinido por entero uno de los derechos fundamentales del ser humano desde sus etapas iniciales de desarrollo: la vida.
¿O qué decir de las llamadas ‘terapias de conversión’, cuando una persona que se identifica como homosexual o transexual quiere aceptar a su identidad biológica, en contraste con las denominadas ‘terapias de afirmación‘, cuando se aplican hormonas para inducir cambios físicos con el fin de que la percepción de una persona sobre su identidad coincida con su cuerpo? Lo anterior es lo que el escritor George Orwell en su distopía plasmada en el libro 1984 describe como ‘nuevalengua’.
“La destrucción de las palabras es muy hermosa. Por supuesto, lo que más sobran son verbos y adjetivos, pero hay cientos de sustantivos de los que se puede prescindir. Y no solo por los sinónimos sino también por los antónimos. Al fin y al cabo, ¿qué justificación tiene una palabra que no es más que lo contrario de otra? Cualquier palabra incluye a su contraria. Fíjate, por ejemplo, en la palabra “bueno”. Si tenemos esa palabra, ¿de qué nos sirve “malo”? ‘nobueno‘ es igual”, se lee en este libro, calificado como uno de los mejores “horrores lógicos” desde El Proceso de Kafka.
Si modifico los elementos culturales yo puedo impactar sobre la vida de las personas, sobre sus decisiones y sobre su conducta
Agustín Laje
En últimas, el peso de valor de los elementos culturales depende de lo que estos generen y de la manera en la que se provoque. El propósito es, entonces, que cada persona pueda entender que en una batalla cultural el interés de un libro, un cuadro, una serie de Netflix, un video en Instagram, una noticia, una clase universitaria, el lenguaje en un discurso, el concierto del cantante del momento o un portal web como Desencaje, depende de que este elemento cultural cree nuevos conflictos culturales, se añada a uno ya existente y tome partido, o que, como lo dice Agustín, dé lugar a una resistencia, estrategia o contraataque.
Este es el componente de conciencia que caracteriza una verdadera batalla cultural. Resistir a esa hegemonía cultural que nos ha cogido ventaja y que pareciera estar succionando cada célula de lo que somos como civilización, se muestra más que como una invitación, como un fuerte llamado. Pero hacerlo de manera consecuente desde la cultura es la clave para, precisamente, recuperarla.